Barcelona, tarde de bochorno (relato para el concurso #Amoresdeverano de Zendalibros e Iberdrola)

«No eran nuestros muertos» -escribiste en la última de tus cartas, ese otoño de 2017, cuando el final del verano cercenó la vida de una quincena de turistas.
Apuramos esos días de calor y desconcierto en aquella habitación llena del denso bochorno que salía de la cama, perennemente deshecha.
«Voy a bajar a ver qué pasa» -dijiste. Aguardé desnuda entre nuestras sábanas blancas cubiertas con el humo y la espera y toda la impotencia que sentí...

Pasó una hora y subiste, y cerraste la persiana. Y la tarde se llenó con un cigarro encendido tras otro entre tus dedos, entre tus manos que subieron manchadas de sangre y que lavaste despacio antes de apoyarte en esa ventana tapiada al dolor. Y yo, tendida en la cama. En ese silencio que nos abrumaba, que agotaba, sin dudarlo, las últimas horas de nuestro amor de verano.

Pasó una hora y subiste, y cerraste la persiana. Y cayeron las cenizas de Marlboro sobre el parquet de la habitación clausurada del hotel.
«No quiero que mires por la ventana» -continuaste- «Ni pongas la televisión».

Cuando apagaste el último cigarro revisaste mi teléfono para cerciorarte de que continuaba apagado, ajeno a las llamadas de mi marido, ajeno al dolor de un país que a pocos metros de nuestra cama amenazaba resquebrajarse.

«No quiero que tengas este recuerdo de lo nuestro» -susurraste, mientras tus dedos se perdían en mi pelo. 
«Te escribiré» -prometiste. Recuerdo que al oírte...al escuchar las promesas que parecían encender de nuevo los rescoldos del fuego...Recuerdo que tenía ganas de llorar y reír. De escabullirme de esa tarde de bochorno junto a ti. De regresar a la oficina, donde en teoría me encontraba reunida. De llenar mi vida con la estúpida vorágine de reuniones sin sentido, meetings interminables en despachos de alquiler, despachos con aire acondicionado y máquina de café, despachos y reuniones que me alejaban del peligro del «nosotros».

Por supuesto escribiste. Y en tus palabras rememoré tu dolor y mi impotencia y pasividad de aquella tarde de bochorno. Y el amor que se agotaba, ese 17 de agosto, con la luz de tus cigarros y ese humo que nos envolvía y nos separaba para siempre.

Sólo te envié una carta: llena de reproches, por supuesto. Del amor que no prendió fuerte y de la persiana que cerraste la tarde en que el «nosotros» dejó de existir.
Tras esa provocación llegó tu respuesta: «Quería ahorrarte el dolor. Al fin y al cabo no eran nuestros muertos».

Confieso que aquellos días, ante el aluvión de información, repasé los nombres de víctimas y heridos. Por supuesto tenías razón. No éramos nosotros. No pude evitar sentirme mal. Desde aquella tarde en que el amor se apagó, yo también me sentía muerta. Y sentí entonces y siento ahora remordimientos por ser tan egoísta. Y por haberme acurrucado entre las sábanas de una relación que concluía en la ciudad que más amaba, Barcelona.


***********************************************************
Relato para el concurso #Amoresdeverano de Zendalibros e Iberdrola
(Relato de ficción en memoria de las víctimas del atentado de Las Ramblas de Barcelona).

Comentarios

Entradas populares